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viernes, marzo 29. 2024

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Reflexión: El aprendiz y la mosca

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El Aprendiz 

En cierta ocasión paseaba uno de los mejores alumnos de aquel afamado templo por las lindes del bello lugar cuando, atisbando un pequeño montículo en un tranquilo rincón del bosque, decidió que aquél sería un buen momento para detenerse a meditar. El suave estrépito del arroyo que bordeaba el sinuoso sendero y el ritmado balanceo de las ramas de los centenarios árboles armonizaban cual orquesta guiada por invisible batuta, creando aquella exquisita melodía para deleite de sus privilegiados oídos. El zumbido de los ajetreados insectos y el canto de las aves, el roce de las briznas de yerba, el susurro de la brisa e incluso las indiferentes nubes parecían también conspirar e invitaban al joven aprendiz de altas aspiraciones a sentarse y reflexionar.

Se sentó en aquel perfecto rincón del mundo dispuesto a fundirse y ser uno con todas aquellas maravillas, a sentir la energía que dio origen a todos y a todo. Así, con la espalda bien erguida, los brazos cayendo con gracia sobre sus flexionadas piernas, la lengua pegada al paladar y los ojos entreabiertos, comenzó a inhalar y exhalar pausadamente aquel precioso y etéreo elixir. Los pensamientos cruzaban su mente pero él, siguiendo las enseñanzas de su admirado y sabio maestro, no retenía ninguno, por lo que estos continuaban su camino como aquellas descaradas nubes que, de tanto en tanto, incluso se atrevían a hacerle burla al sol.

La Mosca

En este maravilloso escenario nuestro amigo ya había comenzado a trascender cuando una mosca impertinente se posó en su frente. Otra nube, no pudo evitar pensar, tendré que dejarla pasar como las demás. Aunque, al igual que ese pensamiento, la mosca no se movió. Frunció levemente el ceño con la esperanza de ahuyentar al animal sin perder la compostura. Y sí lo consiguió, sólo que el insecto fue a parar ahora a una de sus manos. Tras un eterno instante no pudo aguantar más y trató de golpear a la mosca con la otra mano. Pero erró el golpe y ésta salió volando de nuevo alborotando muy cerca de su cabeza para, finalmente, aterrizar burlona en la punta de su nariz.

El Aprendiz y la Mosca

– ¡Esto ya es demasiado! – espetó el joven aprendiz entre grandes aspavientos y entablando una torpe batalla, perdida ya, con la esquiva acróbata – Yo tan sólo quería sentarme aquí para disfrutar de la naturaleza y ser uno con ella.

Tras el desahogo el muchacho quedó perplejo; inmóvil cayó en la cuenta que su enfado había hecho fracasar su misión y que aquélla era una actitud muy poco apropiada en un aprendiz de monje. Pero su sobresalto fue aún mayor cuando aquel intrépido animal vino a posarse de nuevo en una de sus manos y con gran osadía le dijo:

– Cierto es, joven aprendiz, que éste es un lugar inmejorable para dejarse llevar y sentirse uno con el inabarcable todo. La naturaleza es muy generosa aquí y todas las criaturas aportan, a su manera, belleza y esplendor a la grandeza de la creación.

El joven muchacho no salía de su asombro. Una mosca le estaba hablando y él… ¡podía entenderla! Aún no había digerido este pensamiento cuando, con pasmosa elocuencia y serenidad, la mosca prosiguió:

– Pero dime una cosa aprendiz… ¿te molestas cuando te rozan los pétalos de la pequeña flor?, ¿te enfadas con el viento cuando acaricia tu rostro o te deleita con el aroma de esencias lejanas?, ¿te atreverías a levantar la voz y clamar contra el todopoderoso sol que te calienta o mandarías callar al inquieto y alegre riachuelo?

Estupefacto, el aprendiz no pudo responder que . Pero la mosca, aun en la ausencia de palabras, también supo entender al humano y continuó su diminuto discurso:

– ¿No soy, acaso, parte de la naturaleza yo también?, ¿no somos tú y yo, junto con todas las demás criaturas, piezas únicas e irrepetibles del todo universal? Si persigues la unicidad… ¿no te das cuenta que peleando conmigo estás peleando contigo mismo y con toda la creación y que ésa es una batalla que no necesitas ganar?

La alegría de la comprensión

El muchacho, tras el rubor que delataba la torpeza cometida, rompió a reír ahora de alegría, aunque con cuidado de no espantar ni lastimar al insecto. No era necesario meditar demasiado sobre las palabras del astuto animal para entender que tenía razón: todas las criaturas, independientemente de su aspecto, función o de la simpatía que seamos capaces de sentir por ellas, forman parte imprescindible de la creación y todas armonizan a la perfección. Si alguien había desentonado en aquel afinado recital… era él.

Tras disfrutar con plenitud, y mosca incluida, de aquel mágico lugar, el joven aprendiz de monje se despidió agradecido de su nueva amiga y, tomando el sinuoso sendero, inició el camino de retorno al renombrado templo. Su caminar parecía ahora algo más liviano y aquella sonrisa duraría bastante. Pero su cabeza ya estaba en otras cosas… ¿Cómo era posible que un ser tan pequeño le hubiera regalado una enseñanza tan grande? ¿Sabría su maestro que las moscas hablaban? ¿Y el sol, la luna y las estrellas? ¿Se podría hablar con ellas también? ¿Qué cosas podrían enseñarle?

Autor: Desconocido
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