Tan delgada como el aire metido entre las hojas del sauce llorón, Kiva parece sacada de un sueño. Niña de diez años, juega en las noches a robarle trozos a la luna, trozos de sabor a piña con chile que se deleita comiendo sentada en la nube más alta, donde se ven las estrellas tan cerca que se apagan con un soplido.
Kiva, muñeca de cera moldeada con cariños de su madre, tiene los cabellos castaños como los rayos del sol cuando empiezan a despertar. En las noches de luna nueva brinca entre planetas seguida por La Negra, la perra llegada de lejano lugar. Deposita besos luneros en su frente acariciándole el negro pelaje mientras La Negra sube las patas delanteras para poderla abrazar.
Kiva baila bajo la luna, con los pies descalzos sorbe de la tierra la magia que da el crecer entre flores de azahar usadas como perfume en su ropa color de cielo, cayendo en copos pequeños el rocío de la mañana se mece sobre su pelo como cristales que se van difuminando al contacto con el sol.
El aire juega a despeinarla y levantar travieso su falda que ella con sus manos detiene pegada a sus piernas. Kiva es tan delgada que ha hecho un pacto con el viento, cuando esté enojado le avisará para que se abrace al roble más fuerte y no se pierda en los enojos del aire.
Kiva baila en las noches con su vestido de seda
acompañada por los violines de los grillos y dos luciérnagas que cual hadas aparecen y desaparecen bailando entre ritmos alegres. Una libélula graciosa la acompaña batiendo las alas mientras jilgueros y colibríes vuelan a su rededor.
Kiva sueña con ser estrella para estar cerca de la luna, navegar en el mar de la tranquilidad en un barco hecho de galletas con almendras y papel de celofán jugando con La Negra al compás del triqui tran.
Kiva suspiros de madrugada dormida en los campos mágicos de sus sueños imagina el día en que llegue su amado a darle el primer beso de amor.
Kiva, soñadora
Kiva niña haciéndose mujer
Kiva en los cuernos de la luna columpiándose al amanecer.
Héctor Lama, en las mañanas.